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Domingo

enero 22, 2007

señales, en temas.

Intimidad en la ciudad. Un eclipse de sombrero, una «revolución pelotuda». En la ciudad desolada que a veces llevamos dentro Cuadernos 1985-2005, de Liniers, es un grito de alegría. El libro recopila bocetos, dibujos, viñetas, una historieta que el autor de Macanudo dibujó en la escuela primaria, retratos de Picasso y la hiperactividad de una pluma enternecida. «En este libro vale todo» explica el dibujante, un artista que ha explorado las posibilidades del humor gráfico más allá de los estereotipos. Poesía y absurdo: dentro de un frasco, una aceituna de nombre Oliverio grita que está verde, que no lo dejan salir. Un perro con polera pasea por la ciudad hasta que muere en circunstancias nada claras: el cadáver de un pollo yace a su lado. Un pingüino trepa las piernas de una mujer hermosa, mientras otro ejemplar le habla al propio Liniers: éste acaba de preguntarle cuántos de estos chistes incomprensibles podrá publicar antes de que lo echen a patadas. Es un libro raro, encantador: generacionalmente, habla de un giro sensible hacia la simpleza, hacia la poesía que habita en los gestos inocentes. Una sonrisa de niño en una ciudad desolada.

Felicidad en la ciudad. De los últimos poetas que quedan en el mundo, Tute es uno de los que mejor dibuja. Como Liniers, el hijo de Caloi es otro de los que apuestan a un lenguaje novedoso para colorear ciudades tristes. Un lazo une sus cuadritos con nuestras ideas de la felicidad, de los sueños, de la libertad, del amor, y de la muerte. Un lazo con forma de signo de pregunta: sus viñetas interrogan la desolación de la ciudad, y acaso bocetan una felicidad de colores pastel y rostro de mujer. Hay una viñeta en la que un hombre le dice a su compañera de mesa en un bar que en cualquier momento la empieza a querer. Cuatro cuadritos adelante, le dice: «Ya». Y hay otro en el que un hombre sostiene a la luna frente a su chica. Una escalera hacia el cielo se pierde en el margen del dibujo. El hombre, la luna en los brazos, le dice dos palabras: «Aca está». Son los últimos chistes (por llamarlos de algún modo, al borde de ser despectivos) que se pueden disfrutar en www.tuteblog.blogspot.com. En marzo se viene su primer libro. De los que primeros que querrán tenerlo, soy el que peor dibuja.

Poesía en la ciudad. El martes Rosario fue una página en blanco. Roberto Fontanarrosa anunció que ya no dibujará más sus tiras. Su amigo Crist lo ayudará con la tira diaria en Clarín. Y Oscar Salas, el autor de Jerónimo, dibujará al eterno Inodoro Pereyra. Hace unos domingos en la última página de Temas el propio gaucho mojón de la argentinidad visitó los cordobeses parajes de don Jerónimo y la gallina. Tuvieron un diálogo que muchos presumieron histórico, ocho viñetas que sabían que iban a ser inolvidables. Mínimas, claro, pero inolvidables. Había poesía en ese encuentro, como hay poesía en ese acto amistoso de prestar el lápiz. Hacía mucho que Fontanarrosa no dibujaba la sórdida ciudad de Boogie el aceitoso, pero también hacía mucho que Rosario era en muchas formas un dibujo suyo. El Borges de la historieta dictará sus obras. Allí también hay poesía.

Soledad en la ciudad. Hay una canción de Paralamas que repite en su estribillo «soledad en la ciudad, soledad de ciudadano»: el repaso de arriba quiso ser un homenaje a los dibujos que conjuran esa soledad. Los tres dibujantes celebrados podrían hacer otra cosa: les iría igualmente bien si hicieran lo que hacen todos, si repitieran los chistes viejos cambiando los personajes o si hicieran hablar a las fotos usando estereotipos cómodos y políticamente correctos, si se mofaran de que la mujer del presidente usa ropa importada o de que el propio presidente tiene problemas oftalmológicos. Pero optan por desafiar esa mole de lugares de comunes. Conjuran la angustia de las ciudades grises con sus colores pastel. Las dibujan de vuelta. Una ciudad habitada de pingüinos parlantes sin filiación presidencial de ningún tipo, o una ciudad próxima a la luna, o una en cuyo árbol orine Mendieta, son posibilidades ingeniosas, señales de que el rojo del semáforo también puede ser el rojo de unos labios.

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