Germán confeccionó la ficha de afiliación al club enfocado en averiguar todo lo posible acerca de Melina. Todas las preguntas estaban escritas para una interlocutora femenina, lo que dejó a Horacio sin la posibilidad de responder.
-¿Soltera, casada, separada? ¿Qué clases de opciones son estas? Tengo que tachar las tres.
En una de las preguntas, la que le pareció particularmente encantadora, Germán incluyó el nombre de Melina. Las 1000 fichas que mandó a imprimir llegaron en un paquete 48 horas después de la primera reunión y tenían entre sus preguntas el nombre de Melina. Pero Germán no se dio cuenta hasta que Horacio llegó al punto 27 de la encuesta y lo leyó en voz alta, con un tono entre interrogativo y burlón:
-“Si no fueras Melina y fueras una nube, ¿qué forma te gustaría tener?”. ¿Qué clase de pregunta estúpida es esta?
El dueño de casa contuvo su arrebato de ira y vergüenza lo suficiente como para no aplicarle a su invitado un golpe de puño pero le retiró la ficha, velozmente, llevó el talonario a la cocina y agradeció a dios, en silencio, que Melina se hubiera retrasado.
Melina Frossard viajaba en bicicleta hacia la reunión. Pedaleaba como si pudiera recuperar los minutos de más que había dedicado a disfrutar de los masajes de Fernanda, incapaz de ponerle fin a una actividad que solía causarle tantos retrasos como pequeños orgasmos. Pedaleaba también con una especie de conciencia de endurecimiento de los músculos de la cola que compensaba su frustración económica. Le gustaría tener un auto, un pequeño auto importado y viejo, de esos que ya nadie roba porque no se consiguen los repuestos.
Cuando llegó, Germán le abrió la puerta con un gesto que mezclaba el alivio y la excitación, una mirada intensa que la incomodaba levemente.
-¿Puedo pasar con Ceci? –dijo, señalando la bicicleta.
Horacio contuvo la risa y también se guardó para sí los comentarios sobre el papelón de las fichas de afiliación, aunque estuvo toda la tarde sonrojado. Hablaron de algunos tipos de nubes que habían visto en los últimos días, y Germán propuso debatir la inclusión o no de un ex combatiente de Malvinas que había enviado una carta al club. Los tres estuvieron de acuerdo en que un club que no supera la decena de socios no podría darse el lujo de rechazar solicitudes, y Melina se propuso a sí misma como redactora de la carta de aceptación. Germán no pudo negarse, e incluso le prestó las hojas para escribir el borrador. Melina tomó el bloque de papel, lo sacudió, y cuando lo dio vuelta para empezar a escribir, se encontró con su propio nombre, escrito en azul, repetido mil veces. Buscó otra hoja y se dio cuenta de que todas estaban igual de escritas. En todas, su nombre se repetía incontables veces y de vez en cuando el conjunto adoptaba la forma imprecisa pero apabullante de una nube espesa.